domingo, 18 de noviembre de 2012

Libre determinación para Haití

Recientemente visité Haití, país que ocupa el tercio occidental de la misma isla caribeña en la que se ubica República Dominicana. Tiene diez departamentos cuyas capitales son Gonaïves, Hinche, Jérémie, Miragoâne, Cap-Haïtien, Fort-Liberté, Port-de-Paix, Jacmel, Les Cayes, y Port-au-Prince, que es también capital del país.
El pueblo haitiano habla Creole, a pesar de que su gobierno -controlado por una diminuta oligarquía de importadores aliados de potencias extranjeras y transnacionales- lo margina promoviendo el francés.
Para un neoliberal, Haití solo es un país lleno de pobreza extrema sin esperanza, y por eso se merece la intervención militar con el cuento de misión de paz. Sin embargo, Haití es un país hermoso, lleno de color, recursos naturales, valentía, solidaridad y creatividad. No obstante las desgracias políticas, económicas y sociales, su gente sonríe y se yergue.
Pero Haití paga hasta la actualidad el costo de haber sido el primer país de Nuestra América en independizarse de la invasión colonial (1804).
Su historia como república empieza con una enorme deuda externa que le impuso Francia por la osadía de liberarse. Ante la imposibilidad de su pago, tuvo que endeudarse con terceros. Desvistiendo un santo para vestir otro, contrajo deudas con Estados Unidos, cambiando en la práctica la dependencia francesa por la norteamericana, o mejor dicho, sumándola.
En el caso haitiano se concentran todas las maldiciones de la excolonias latinoamericanas y caribeñas. Cada vez que este país ha querido establecer su rumbo, las desestabilizaciones y los golpes de Estado promovidos desde fuera han estado a la orden. Basta decir que el pacto por el cual su expresidente Aristide pudo regresar al país después de su derrocamiento, fue que se vayan al exilio miles de militantes de izquierda.
Las políticas del Consenso de Washington también han sido aplicadas en Haití, que sufre de una migración intensa del campo a la ciudad por la imposición de monocultivos en los últimos años. Eso no ha hecho más que profundizar la pobreza. Y ni qué decir de sus recursos petroleros, que estuvieron detrás del golpe de Estado que Francia y Estados Unidos promovieron contra Aristide en el 2004, a fin de evitar su nacionalización.
Desde ese año, Haití está ocupada por una Misión de Estabilización de las Naciones Unidas (Minustah), que no es más que una máscara estadounidense y francesa para controlar un territorio que ubicado muy cerca a Cuba, es un factor geopolítico clave.
La Minustah solo trae desgracias al pueblo haitiano, pero ahora con el cuento de la reconstrucción tras el terremoto del 2010. Eso esconde en realidad un gran negocio.
Lo último ha sido el contagio del cólera por tropas nepalesas de la misión, lo que para Haití es una epidemia que durará años, y que ya ha ocasionado 7,626 muertos.
Es lamentable que Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Guatemala, Perú y Uruguay también tengan tropas allí, cuando más bien deberían condenar la misión en Haití y promover que fluya la libre determinación de su pueblo.

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