domingo, 14 de octubre de 2012

El Sur partido en dos

El canciller Patriota no estaba para juegos. Sabía muy bien lo que le iba a decir a su colega peruano durante su visita a Lima a principios de agosto. Frente a frente, el responsable de la política exterior del país más poderoso del subcontinente, señaló sin empacho que Brasil sabe perfectamente lo que es la Alianza del Pacífico: una amenaza para la Unasur.
De nada sirvió que el buen Roncagliolo alegue que había dejado en claro en las discusiones de la Alianza, que el negocio allí es netamente comercial y para nada ideológico. Patriota mandó a leer enseguida a uno de sus asesores, el artículo pertinente del Convenio del Mercosur que señala que ningún país miembro de ese bloque puede adherirse a otro acuerdo comercial sin la autorización de los demás.
Le estaba recordando al Perú que el pedido uruguayo de ser observador en la Alianza no procedía. Posteriormente, se lo recordaría también al país oriental. En ese momento, Paraguay aún no había pedido lo mismo.
Era la gota que derramaba el vaso en una historia reciente y bastante penosa entre el gigante sudamericano y su vecino andino. Casi como un recuerdo de mal gusto quedaba la sólida alianza con el entonces candidato y hoy mandatario peruano; cuando los programas sociales, la cooperación militar, las centrales hidroeléctricas y el gasoducto en el sur peruano iban a sellar una relación geopolítica Perú-Brasil que sobrepasaba lo bilateral y potenciaba un nuevo regionalismo sudamericano.
Pero, los programas sociales pasaron al Banco Mundial y no al BNDES, la cooperación militar se enfrió y Ollanta eligió los aviones KT1 de Corea en lugar de los Súper Tucano de Brasil. Las hidroeléctricas quedaron en stand by y, en el gas, más pesaron la española Repsol y su socia norteamericana Hunt Oil, que las brasileñas Odebretch y Petrobras.
El panorama está despejado: la Alianza del Pacífico sigue a toda marcha y se da el lujo de seducir a los pequeños del Mercosur. Estados Unidos venció a Brasil en la disputa que se armó en cancha peruana tras la victoria de Humala en las elecciones del 2011, alejando al Perú del eje Brasilia.
Sacando cuentas, el golpe de Estado en Honduras, la reafirmación de la Alianza del Pacífico y la caída de Lugo en Paraguay configuran los tres hechos políticos más relevantes que debilitan la integración regional y envían el mensaje al Brasil de quien manda todavía en el patio trasero.
Con todo y la entrada plena de Venezuela al Mercosur, en una especie de Alianza del Atlántico, lo cierto es que se va diluyendo la idea de una América del Sur integrada y con voz fuerte en un mundo multipolar y en tránsito.
Ello también diluye la respuesta regional -con institucionalidad financiera propia- a escenarios complejos en los que la crisis de las economías desarrolladas se traslada con todo a la región.
Sin duda, la primera década del siglo XXI trajo la ruptura de la hegemonía neoliberal en América del Sur y muchos avances en su integración política y financiera; sin embargo, el inicio de la segunda parece haber enfriado este proceso. La región está literalmente partida en dos: la Alianza del Pacífico de un lado y la Unasur del otro.

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