domingo, 7 de octubre de 2012

Crisis, política económica y el caso argentino

En el debate sobre la crisis económica de los países desarrollados, en especial sobre su interpretación, se da una guerra ideológica intensa. Los más ideologizados sostienen que la crisis es fiscal, porque países como los europeos, han gastado más de lo que podían soportar sus ingresos. Y eso, además de suponer que el modelo no puede garantizar los derechos a toda la población, ignora el papel de la banca en todo este despelote.
Se confunde así, la consecuencia en el fisco (derivada de rescates bancarios y planes de estímulo) con el origen, que más bien está ligado a la desregulación financiera y la consecuente especulación sin límites con instrumentos derivados y futuros en bolsas de valores y mercados de commodities. Todo mezclado con mecanismos de evasión y paraísos fiscales.
Peor aún, se pierde el foco y se obvia que el verdadero problema, o si se quiere la consecuencia más grave, es la falta de empleo y los bajos ingresos. Entonces, se cree que la solución pasa por aceptar la misma receta del FMI, la del ajuste fiscal, los despidos masivos, la reducción de salarios y seguridad social, y el aumento de impuestos indirectos como vemos en España, Grecia y otros países.
El FMI, que es el único que ha ganado con todo esto, pues se ha robustecido con nuevos recursos y funciones (dejando atrás su crisis de financiamiento y legitimidad) no ha movido un dedo su marco conceptual.
Ese coctel fondomonetarista viene aderezado con más libre comercio y protección de inversiones para los países en desarrollo, con la finalidad de evitar a toda costa la diversificación productiva, promoción de los mercados internos, redistribución de la renta e incentivo del consumo vía salario y no el crédito bancario.
En realidad, el objetivo es que nadie se atreva a hacer política económica, vendiendo la misma idea de hace más de 20 años, que la economía es una ciencia exacta que se aplica a pesar de cualquier consideración geográfica, cultural, social, política, etc.
Se niega el paradigma de la política económica como instrumento para la recuperación de derechos y reducción de la desigualdad. Y se condena a quien se atreve a salirse del libreto.
El ejemplo más claro en la región es el caso argentino. La propaganda que se hace desde la ideología neoliberal en los medios locales, hace creer a muchos que la economía argentina es caótica. No se dice que en los últimos años su producción ha crecido en promedio 8 por ciento anual y que al mismo tiempo ha logrado una de las inclusiones en materia de seguridad social más avanzadas de América del Sur, que incluye pensiones no contributivas, asignación universal por hijo, etc. Además de los reajustes salariales periódicos.
Las críticas desde la mirada neoliberal peruana se centran en la política monetaria argentina, su control de divisas y la protección de su mercado frente a las importaciones. Como eso es pecado contra la Biblia del consenso de Washington, se le echan todas las maldiciones, sin mirar su apuesta por la industrialización.
Se llega a decir –en el máximo de la arrogancia y fantasía- que el Perú está mejor que la Argentina. Nada más falso. Ya quisiéramos tener sus bases económicas productivas y su infraestructura. No por nada nuestro vecino es, junto con Brasil y México, parte del G20.

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