domingo, 9 de octubre de 2011

Crisis global y Constitución de 1993

Estamos nuevamente muy cerca del centro de la tormenta de la crisis global: amenaza de cesación de pagos en varios países de Europa, crisis bancaria a la vista, la recesión en Estados Unidos no cesa, las economías emergentes se desaceleran, los términos de intercambio se deterioran, hay fuertes caídas de las bolsas mundiales, y en fin, varias señales como éstas, nos dicen que una vez más, como a fines de 2008, la economía peruana, tan dependiente de la demanda externa, deberá tomar medidas para atravesar de la mejor manera el desastre económico que se avecina.
Pero ante una crisis que está transformando a golpes el orden económico mundial, ¿basta el estímulo fiscal del MEF y las herramientas monetarias del BCR?
A corto plazo sin duda; aunque ya no es suficiente como respuesta al reto histórico que enfrentamos: el fracaso del software neoliberal, que despreció las políticas públicas y la planificación. Que bendijo la no regulación de los mercados, especialmente de los financieros; que se zurró en el medio ambiente y el desarrollo sostenible, generando riqueza con desigualdad; y que se vale un sistema de contratos y arbitrajes (TLCs, Convenios de Estabilidad Jurídica, Acuerdos Bilaterales de Protección de Inversiones, CIADI, etc.) para asegurar ganancias sí o sí.
Ese sistema está puesto en cuestión, no solo desde el punto de vista económico, sino también desde el social. La aparición del movimiento mundial de indignados lo confirma.
Y precisamente, ese sistema es el espíritu de la Constitución de 1993, partida de nacimiento del Estado neoliberal peruano: crecimiento económico sin derechos laborales y bajos salarios; atropello de comunidades andinas y amazónicas; rol subsidiario del Estado; protección constitucional a los contratos suscritos con el gran capital; entrega de propiedad de los recursos naturales a cambio de poco; y el mismo trato a un inversionista nacional que al foráneo.
En esencia, son los artículos 60, 62 y 66 de la Carta del 93 los que dibujan el neoliberalismo local que impide al Estado fomentar la acumulación de capital nacional, promover los mercados internos, desprecarizar el trabajo, industrializar la economía, integrarnos con Sudamérica, entre otras políticas que nos desenchufen de la crisis del neoliberalismo, al tiempo que construimos base social para la convivencia en paz y democracia.
No bastan políticas contracíclicas. Ni basta redistribuir mejor. Se requiere reestructurar. Y eso nos pone de nuevo en un momento constituyente. El Estado neoliberal peruano ya no tiene sentido y por más que la derecha se aferre a él (más por ideología que por pragmatismo) necesitamos un nuevo pacto social. Lo bueno es que diversos sectores lo han empezado a entender.

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